miércoles, 18 de mayo de 2011

Penélope, poco pirata y demasiado Cruz

Con o sin premeditación, llegó a España en su mejor momento: en su cuerpo no queda ni rastro de la reciente maternidad y su cara tenía ese brillo especial de quien atraviesa la etapa más dulce de su vida. Radiante y cercana -podría decirse que en casa- Penélope Cruz ejerció como anfitriona entre sus compañeros del star system hollywodiense: junto a ella estaban el director de la cinta, Rob Marshall (realizador de Nine y Chicago), el productor Jerry Bruckeimer (uno de los más taquilleros) y los actores Àstrid Bergès-Frisbey (la embelesadora sirena de la cinta) y Sam Claflin (el predicador).



La intérprete española definió su participación en la cuarta entrega de Piratas del Caribe como “una de las mejores experiencias de su vida profesional” porque, entre otras cosas, le permitió viajar durante seis meses por todo el mundo. También se deshizo en halagos a Marshall, con el que ya había trabajado en Nine y, por supuesto, a su compañero de reparto, Johnny Depp (con el que dice compartir un sentido del humor "absurdo, pero gracioso"). Asimismo, adelantó que en la próxima película que rodará con Woody Allen su compañero de reparto será Roberto Benigni. Aunque explicó que el director de Manhattan no quiere que se den detalles sobre la película, sí indicó que se trata de una “comedia pura”. A buen seguro, el morbo estará servido en cuanto Allen y Benigni se encuentren en el mismo plano.
Sin embargo, más allá de las cuestiones puramente cinematográficas, en la presentación no hubo el golpe de efecto que, en el fondo, todos esperábamos. Ni una palabra sobre su hijo Leo, ni sobre Bardem, ni sobre cómo se siente una chica de Alcobendas con su propia estrella en el paseo de Hollywood o siendo invitada a subir al escenario durante un concierto de un icono como Prince. De hecho, el periodista que se atrevió a comentar algo sobre su maternidad -creo que, en general, todos pecamos de excesivo respeto a evitar lo personal- provocó el único momento tenso de la rueda de prensa. Y eso que la pregunta pasaba muy por encima las cuestiones íntimas: "¿cree que su reciente maternidad la enriquece como actriz?" La sonrisa de Pe se desmontó por un instante aunque, más que pudor a contestar, intuyo que lo que le molestó fue saber que alguien podía atreverse a saltarse las reglas y mencionar el tema. Sin embargo, después de un incómodo silencio, contestó resuelta, distendida. Explicó que "ser madre te enriquece como persona" y añadió que "algo tan maravilloso y tan fuerte tiene un efecto en ti y en todas las áreas de tu vida". Eso fue todo. Después de casi seis meses sin pisar España nos hemos quedado con más ganas de Penélope Cruz. Con ganas de que se borrase esa absurda muralla que se ha forjado en torno a los suyos. Podría haberse ido un poco de mal rollo. Pero no fue el caso. Aunque hay que reconocer que, pese a las críticas, pese a que se eche de menos un poco de esa frescura de extrarradio y de esa osadía pirata, esta chica nos sigue hipnotizando. Quizá por eso sigue consiguiendo que el periodista incómodo que todos deberíamos llevar dentro se quede enmudecido mientras ve tintinear su melena de un lado al otro de su cara.

lunes, 2 de mayo de 2011

Una vieja cuentista

La rutina es un frasco de cristal. Uno malvive en su estructura cristalina y apenas se da cuenta de que está encerrado. Sólo cuando la inspiración posa sus gruesos dedos sobre su superficie puedes apreciar que vives protegido, pero con el abominable riesgo de que todo se empañe. La vida, realmente, está allí fuera. Tú sólo percibes destellos de la realidad, nítidas imágenes que hacen olvidar tu ausencia. Sí, observas la vida porque la pecera es transparente y crees que los sueños siguen estando al alcance de tu vista. Y, sin embargo, un triste día envalentonado quieres desentumecer los dedos para llevarte un poco de aire a la boca y te das cuenta: estás enjaulado.

Pero lo más maravilloso del cristal es que es frágil. Y los dedos, unidos y frustrados, pueden convertirse en puños. Y los puños, en libertad (siempre y cuando uno golpee a su pequeño frasco cristalino). A veces esas sacudidas que transforman tu mundo (parecidas a las termitas que devoran tus entrañas cuando estás enamorado) llegan de forma involuntaria, son ecos de lo que hay más allá de tu pecera. Y debo confesar, llegados a este punto, que el motivo que ha devuelto algo de sangre a mi vena literaria tiene nombre de mujer y pose de anciana: Ana María Matute. Ella es una niña enjaulada en un cuerpo viejo y, sin embargo, es capaz de motivar a esos jóvenes de conciencia octogenaria mendigando entre carnes adolescentes. Me conmueve su cuerpo absorbido por los años, esa voz frágil de palabras contundentes. Esa edad de despedida abarrotada de entusiasmo. No me gusta decir anciana. Es un eufemismo estéril. Decir "viejo" es decir "vivido". Y Matute es una cuentista con mucha vida. Real o inventada. Pero tan vivida que produce recelo.

Podría hablar de lo fabuloso que me pareció su discurso durante la recepción del Cervantes y no sólo por aquello de “quien no inventa no vive”. Podría hablar de su ironía cuando dijo que “el optimismo y los planes de futuro, a los 85 años, son cuestiones a meditar o poner en tela de juicio”, de lo fabulosa (qué oportuna palabra) que me pareció su reivindicación de la dignidad del cuento y su rechazo a las estúpidas revisiones que, sobre ellos, siempre vierten las aspiraciones políticas de poco fuelle. Podría hablar del horror de sus ojos condensado en aquello que los libros de historia resumen bajo el epígrafe Guerra Civil y que Matute no pudo eludir en su texto. Podría destacar muchas cosas y, sin embargo, me quedo con ella. Con sus palabras. Con su cuerpo viejo. Con sus invenciones. Con esa cariñosa bofetada que ha inspirado este humilde comentario. Me quedo con Ana María Matute, con la imaginación que peina en cada cana, con las horas de escritura que se leen en sus ojeras. Me quedo con ella porque ha inventado un mundo y trescientos universos. Porque dibuja sonrisas y borra decepciones. Me quedo con ella, porque su cuerpo viejo está fuera. Más allá del frasco de cristal.